La Scaloneta nos regaló la tercera estrellita y el grito sagrado de cada penal, a
contramano de los agoreros fue oído por nos, lxs mortales.
El resultado: el festejo deportivo más impresionante de toda la humanidad, de todos los
tiempos, un grito de gol que se escuchó hasta Júpiter.
La gente que no, los antis, ¿podrán?
Cada vez que un hecho popular (por ende, vulgar, defectuoso y masivo) tiene por
protagonistas a héroes y heroínas de barro y arcilla y no próceres de country, las
contradicciones afloran y nos apuran en lo impostergable de cada imagen.

 

  • La mística que sabiamente ve magia hasta en un tiro libre arrebatado por la
    cábala. Y, en simultáneo la mística ligada a lo más conservador y cobarde del
    fútbol: la xenofobia, el clasismo, el machismo, encarnado en canciones,
    acciones, decisiones.
  • Las Brujas y las “jabru”, las abuelas, lo hegemónico y lo contrahegemónico de
    las construcciones femeninas que brotaron en este mundial.
  • El inexorable y agónico semblante omnipresente del Diego, sus sí y sus no, el
    precioso contraste entre lo que hizo con su vida y con la nuestra, este amor leal
    y recíproco que no se oxida.
  • Una fiesta tan humana (humana como la contradicción) entre el mágico sueño
    del alma – como diría Jiménez – y los horrores tapados por los cimientos de cada
    estadio, con una FIFA que eligió y elige mirar de soslayo.

 

Dicho lo cual, hay un componente muy argentino, ponzoñoso e inconsistente en la
vocación de juez que sale a la luz desde, por suerte, los pocos sectores que practican
el deporte del boqueo reaccionario. ¿Festejar nos vuelve un pueblo ingobernable?
¿Festejar anula nuestras ideologías, nuestros deseos, nuestros sueños? ¿Qué es,
entonces, lo que molesta del festejo, del fervor? ¿Qué hacemos con las
contradicciones? ¿Están mal? ¿Acaso no estamos hechxs de ellas? Después de todo,
como dijo Artaud, vivir no es otra cosa que arder en preguntas…
La rabia selectiva e histórica hacia quienes habitamos la periferia, quienes no nos
sabemos comportar porque nos conduce un enajenamiento salvaje, sin miedo a ser
vulgares, felices y absurdamente delirantes esta vez no nos apagó la vela, nos invitó a
bailar fundiéndonos en medio de un abrazo de gol mundialista tan grande como
merecido.
Llega un momento en el que los “qué” se pierden en la urgencia de los “cómo”, y como
estrategia, este equipo elige hacerse cargo, pisar la pelota y abrazar la contradicción,
vivirla y adueñarnos de ella, reconocerla y reconocernos en ella. Al fin y al cabo también
somos de barro y arcilla.
No podrán.

 

Por Abril Robledo Araya y Karin Federman
Integrantes del Área de géneros IACC (Instituto Atlético Central Córdoba).

1 Rosalía en “Saoko”