Cada año llega diciembre y, de repente, todo el mundo está corriendo. Cierre de trabajos, fiestas, evaluaciones, reuniones, trámites que quedaron pendientes y la sensación —inexplicable pero real— de que todo debe resolverse antes del 31. El resultado es un clima social de tensión que se respira en la calle, en la casa y hasta en el cuerpo.
Psicólogos describen al estrés de fin de año como un fenómeno creciente, alimentado por la mezcla explosiva de expectativas y cansancio acumulado. No es solo “estar apurado”es la carga emocional de doce meses encima. La famosa frase “llegar con lo justo” dejó de ser un dicho popular para convertirse en un estado colectivo.
Las redes sociales y los compromisos sociales tampoco ayudan. Fotos perfectas, mesas impecables, balances positivos y una presión invisible por “cerrar el año de manera ideal” generan un impacto directo en la autoestima. Mientras tanto, en la vida real, muchas personas sienten ansiedad, agotamiento físico y mental, irritabilidad o simplemente ganas de desaparecer un rato del mundo.
El estrés de fin de año no distingue edades ni trabajos. Atraviesa a empleados, estudiantes, madres, comerciantes y profesionales. Es un cansancio silencioso, el que nadie cuenta cuando dice “todo bien”.
Frente a ese panorama, especialistas recomiendan algo tan simple como difícil frenar Dormir mejor, ordenar prioridades, decir “no” cuando es necesario y entender que nada mágico ocurre el 31 de diciembre. El calendario cambia, pero el cuerpo no se reinicia con un brindis.
Diciembre exige mucho, pero también recuerda algo esencial no podemos vivir en modo urgencia todo el año. Aflojar no es rendirse; es llegar.
Por: @carolinaforchino
